La ansiedad es un fenómeno emocional extendido y silencioso en el mundo actual. Esta respuesta natural ante situaciones peligrosas puede transformarse en una condición crónica, derivando en trastornos debilitantes como el Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG), afectando significativamente la calidad de vida de millones de personas alrededor del mundo, incluido Chile.
El TAG se caracteriza por una preocupación excesiva y constante, acompañada de tensión muscular, irritabilidad, alteraciones del sueño y dificultades para concentrarse. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), aproximadamente 264 millones de personas sufren trastornos de ansiedad, constituyendo una de las principales causas de discapacidad a nivel global. Particularmente en Chile, estudios recientes señalan que casi un 18% de la población padece algún trastorno de ansiedad, siendo especialmente frecuente en mujeres y jóvenes.
Los factores desencadenantes de la ansiedad son diversos. El estilo de vida moderno, caracterizado por alta competitividad laboral, incertidumbre económica, presiones sociales y aislamiento emocional, ha incrementado considerablemente su incidencia. Además, eventos recientes como la pandemia por COVID-19 han exacerbado la crisis, elevando sustancialmente los niveles de estrés y ansiedad en diferentes grupos poblacionales.
Desde una perspectiva neurobiológica, el TAG implica importantes alteraciones cerebrales. Las áreas más afectadas son la amígdala, responsable del procesamiento del miedo y emociones, y la corteza prefrontal, involucrada en la regulación racional de las respuestas emocionales. En personas con ansiedad, la amígdala se mantiene hiperactiva, lo que provoca respuestas exageradas ante estímulos menores, mientras que la disminución de la actividad prefrontal dificulta el control efectivo de estas emociones.
A nivel bioquímico, la ansiedad está relacionada con desequilibrios en neurotransmisores fundamentales como la serotonina, noradrenalina y el ácido gamma-aminobutírico (GABA). La serotonina interviene activamente en la regulación del estado de ánimo, mientras que la noradrenalina juega un papel clave en las respuestas de estrés. El GABA, principal neurotransmisor inhibitorio del sistema nervioso central, también suele disminuir en individuos con ansiedad, contribuyendo a una excesiva activación cerebral.
El tratamiento farmacológico más comúnmente utilizado para el TAG incluye los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) y los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y noradrenalina (IRSN). Estos medicamentos ayudan a restablecer el equilibrio químico cerebral, aumentando la disponibilidad de neurotransmisores esenciales. Generalmente, los efectos terapéuticos empiezan a manifestarse entre cuatro a seis semanas después del inicio del tratamiento, alcanzando la máxima efectividad alrededor de doce semanas.
Sin embargo, es fundamental considerar los posibles efectos adversos asociados con estos medicamentos, tales como náuseas, reducción del deseo sexual, insomnio, alteraciones del apetito y, en algunos casos, un aumento inicial de la ansiedad. Por esta razón, el manejo farmacológico siempre debe estar supervisado por profesionales especializados, ajustando las dosis según la respuesta individual de cada paciente.
Además de los medicamentos, es recomendable complementar con técnicas psicoterapéuticas cognitivo-conductuales, que ayudan al paciente a desarrollar estrategias prácticas para enfrentar y manejar la ansiedad. La combinación de tratamientos farmacológicos y psicológicos suele ser la más eficaz para abordar integralmente el TAG.
A nivel social, es imprescindible promover la educación en salud mental desde etapas tempranas. Se necesitan políticas públicas que incorporen programas preventivos, educativos y de intervención temprana en contextos escolares, universitarios y laborales. Fomentar una conversación abierta y eliminar los estigmas en torno a los trastornos mentales es crucial para asegurar que las personas accedan oportunamente a la atención adecuada.
En conclusión, aunque la ansiedad puede ser compleja y desafiante, es una condición altamente tratable. La prevención, detección temprana y tratamiento adecuado son esenciales para transformar la ansiedad, pasando de ser una experiencia paralizante a una oportunidad para crecer emocionalmente y fortalecer nuestra capacidad de resiliencia individual y colectiva. Es responsabilidad de todos abordar esta epidemia silenciosa con conocimiento, empatía y acciones concretas, para construir una sociedad más saludable y resiliente.
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